No vamos a hablaros de la novela escrita por la autora Harriet Beecher Stowe, “La cabaña del tío Tom”. Nuestra cabaña es la del pastor de mi pueblo, el Tío Melitón, que lleva a sus espaldas más trashumancias que puestas de sol el campo. Le salieron los dientes jugando a buscar grandes extensiones de pasto para ayudar a su padre a llevar a comer al ganado.
Así aprendió el significado de “ganadería extensiva”: Melitón, empujaba con la mirada la línea del horizonte y los arbustos con la punta del dedo, para ver si así sus ovejas llegaban más y más lejos. Su misión, decía Tío Melitón, era ganar pasto, no pasta, como los niños de ciudad de hoy en día.
Buscar espacio donde llevar a comer el ganado, fue la forma en que crecieron nuestros abuelos, jugando a pastorear, porque aquellos peluches de cuatro patas, consumían gran parte del espacio rural. Y el campo se llenó de ellos, de pastores y perros guardianes como el Tío Melitón que jamás tuvo miedo a las tormentas y contaba leyendas extraordinarias sobre un tal lobo feroz que el tiempo se llevó.
Aquella cabaña de mi pueblo superaba a la del Tío Tom americano, donde se habla de cosas muy tristes como la esclavitud. En la cabaña del Tío Melitón en cambio, todo es suave y huele a hierba y las ovejas se mueven en libertad por las cañadas y en verano hasta se van de vacaciones por mullidos caminos pastorales, atravesando prados húmedos, dehesas y rastrojeras.
El Tío Melitón fue de los últimos pastores en guardar la cabaña; poco a poco fueron abandonado el pueblo por falta de pastos donde llevar a los peluches que tan bonito dibujaban el campo. Ahora el tiempo les da la razón a aquellos «Melitones» y todo apunta a que volverá como un renacer la vida a los prados, y se llenarán de ovejas y cabras y vacas porque de ellos dependerá en gran medida el poner freno al éxodo rural, y sobre todo a la desertificación del nuestro ecosistema.
Proyectos como Life LiveAdapt apuestan por llenar el campo de cabañas para que regrese a ella el Tío Melitón. ¡Y NO ES UN CUENTO!